lunes, 23 de julio de 2012

La despedida

--Bueno, ahora ya no tienes nada que temer --le dije a Klara tras repetirle en el bar Dalmacia mi conversación con la señora Zaturecka.
--Pero si yo no tenía nada que temer --respondió Klara con una confianza en sí misma que me llamó la atención.
--¿Cómo que no? ¡Si no hubiera sido por ti, jamás hubiera citado a la señora Zaturecka!
--Has hecho bien en hablar con ella, porque lo que les habías hecho era lamentable. El doctor Kalousek dice que es algo que resulta incomprensible para una persona inteligente.
--¿Cuándo hablaste con Kalousek?
--Hablé --dijo Klara.
--¿Y se lo contaste todo?
--¿Y que? ¿Acaso es un secreto? Ahora sé perfectamente lo que eres tú.
--Hm.
--¿Quieres que te diga lo que eres?
--Hazme el favor.
--Un vulgar cínico.
--Eso te lo dijo Kalousek.
--¿Por qué me lo iba a decir Kalousek? ¿Crees que no lo puedo inventar yo misma? Tú estás convencido de que soy incapaz de darme cuenta de lo que haces. A ti te gusta tomarle el pelo a la gente. Al señor Zaturecky le prometiste que ibas a hacer el informe...
--¡Yo no le prometí que iba a hacer el informe!
--Da lo mismo. Y a mí me prometiste que me ibas a conseguir un trabajo. Yo te serví de excusa para el señor Zaturecky, y el señor Zaturecky te sirvió de excusa para mí. Pero, para que lo sepas, ese trabajo lo voy a conseguir.
--¿Con la ayuda de Kalousek? --dije tratando de ser mordaz.
--¡Con la tuya desde luego que no! No tienes ni idea de lo hundido que estás.
--¿Y tú, sí, la tienes?
--Sí, la tengo. El concurso no lo vas a ganar y podrás darte por satisfecho si te aceptan como empleado en alguna galería. Pero tienes que darte cuenta de que la culpa es sólo tuya. Si te puedo dar un consejo, la próxima vez sé honesto y no mientas, porque ninguna mujer respeta a un hombre que miente.
Después se puso de pie, me dio (probablemente por última vez) la mano, dio media vuelta y se marchó.
Pasó un rato antes de que cayera en la cuenta de que (a pesar del gélido silencio que me rodeaba) mi historia no pertenecía a la categoría de las historias trágicas, sino más bien a la de las cómicas.
Eso me proporcionó cierto consuelo.
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El libro de los amores ridículos, Milan Kundera


b1

Volokitin(2546)-Harikrishna(2674), Cap dAge 2006, [1-0]